jueves, 2 de febrero de 2012

Bienvenida

Los jóvenes quieren distinguirse de los adultos. En la forma de proceder, en la de vestirse, en las costumbres y, sobre todo, en el lenguaje. Si logran que este, que es el medio de comunicación por excelencia, sea comprendido solo por sus pares, actuará como la gran barrera que lo separa de los mayores. Ese idioma tan particular que manejan no se aprende en ningún curso. No existe hasta que ellos mismos lo crean y esa creación, que se hace de a poco y se trasmite con gran rapidez, es fruto de sus reuniones, de sus conversaciones, de los momentos que comparten. No hay un propósito consciente de valerse de un idioma extraño, no existen reglas que lo rijan, ni interés alguno en que las haya. Al contrario, cuanto más diferente sea la palabra de la que usan los demás sectores de la población, mejor. En nuestro país, alrededor de un 16% de los habitantes se sitúa entre los 15 y los 21 años y utilizan ese tipo de lenguaje. Un lenguaje que los adultos decimos no comprender, lo que, en muchos ocasiones, no es cierto, ya que, aunque no lo usemos, nos adaptamos con facilidad a él y, en ciertos casos, alguna palabra o expresión ingresa al nuestro. Un lenguaje muy perecedero, que durará solo un tiempo y que, raramente, pasará a integrar el diccionario y el vocabulario de las personas cultas del país. Un lenguaje, diferente al que manejamos cuando fuimos adolescentes, lo que no significa que, como tales, no hayamos tenido nuestra forma especial de comunicarnos.
No todos los adolescentes de un país utilizan los mismos códigos para comunicarse. Así como las diferencias culturales se dan entre los adultos, también se evidencian entre los jóvenes. Los que pertenecen a un buen nivel cultural se expresan de determinada forma y se comprenden; los que provienen de niveles sociales con menos educación utilizan una jerga diferente y también se comunican. Lo que, probablemente, no suceda es que ambos grupos se entiendan entre sí, a pesar de ser de una misma edad. También se establecen diferencias entre el habla de los jóvenes de la capital y la de los del campo. Este idioma tan particular se da, sobre todo, en el habla. Cuando el joven se enfrenta con una hoja y se ve obligado a escribir (un examen, una prueba, una carta) se adapta, casi sin pensarlo, a la lengua estándar, a la que hablan los demás, a la que sabe que la sociedad acepta. Si la comunicación escrita está dirigida a uno de sus compañeros o si utiliza el correo electrónico para hacerla, se valdrá de su lenguaje y las reglas ortográficas no serán tenidas en cuenta. Aparecerán símbolos (la computadora ofrece una enorme gama), grafías extrañas que intentan reproducir lo que en el habla se da con naturalidad. Sin embargo, cuando dialoga con sus congéneres, utiliza las palabras inventadas, las muletillas, los gestos, los tics…todo lo que lo acerca y lo estrecha a su grupo. Aún más original e incomprensible es su lenguaje telefónico o el que se refiere a los términos de la computación.